IMPORTANTE

Yo no soy la protagonista de la historia, tome el nombre de ella, no le di el nombre por mi. Además no soy la única autora, esta historia fue escrita en colaboración con mis dos grandes amigas Fama y Oro. Queda totalmente prohibida la copia o reproducción parcial o completa de esta sin el premiso explicito de alguna de las autoras.

viernes, 12 de junio de 2009

Capitulo 6

Cuando Júgik reemprendió su camino el sol estaba bajo, y el viento anunciaba la inminente llegada de la noche. Apenas había dado unos cuantos pasos desde su salida del colegio de la aldea Limus cuando una voz grito su nombre, al girarse su mirada choco con unos inquietantes ojos fucsia.
-Quiero ser una militum- La voz de la joven sonó temblorosa.
-¿Pero? ¿Qué dices Naidí?- Júgik no salía de su asombro.
-Lo que has oído- Respondió la chica con fuerzas renovadas- quiero ser una militum-.
-Pero…pero, bueno, Naidí, ya conoces las normas, no digo que… bueno ya sabes, es cosa de chicos- objeto el guerrero mientras pasaba una mano temblorosa por su frente.
-Júgik sabes también como yo que los militum no tenéis normas, además, nadie ha dicho nunca que no pueda entrar una chica-
-Bueno eso es cierto, pero es que nunca ha habido una guerrera entre nuestras filas-
-Sería un honor para mí ser la primera-
-Esta bien Naidí, hablare con Kenta y le comentare tu petición.
La joven asintió enérgicamente en señal de agradecimiento, sus rizos dorados se impulsaron hacia delante, cuando se giro para volver a clase Júgik la llamo.
-Naidí, eres muy valiente-
La pequeña sonrío y un tenue color rojizo acudió a sus mejillas. Se giro y regreso al aula.
Júgik pensó que no seria seguro viajar de noche, y además, si su madre se enteraba de que había estado en la aldea y no la había visitado su menor problema serian los Capitibus. Sin pensarlo dos veces tomo rumbo a la pequeña casa que había sido su hogar durante doce felices años.
Al llegar a la destartalada puerta naranja miles de recuerdos acudieron a su mente, suspiro y dejo que sus nudillos golpearan suavemente la puerta. Una voz cantarina y risueña respondió de inmediato.
-Ya voy-
Cuando la puerta se abrió la figura de la señora Tomsor ocupo su lugar. Era una mujer de estatura media, y silueta redondeada. Sus ojos morados oscuros se llenaron de lágrimas al ver a su hijo mayor.
-Júgik, mi niño, mi pequeño, has vuelto, por fin- y abrazándolo enérgicamente rompió en sollozos.
Entre lágrimas y abrazos entraron en la habitación de la cual se componía la casa.
La anfitriona obligo a su hijo a sentarse a la gastada mesa de madera que presidía la habitación, y puso frente a el un plato del cual emanaba un delicioso aroma que Júgik reconoció al instante
-Mamá, guiso de mag, hacía tanto que no lo comía.
-¿Te gusta?, que extraño, nunca has querido verduras de ningún tipo.
-Ni imaginas lo que se aprecia tu comida casera cuando no la tienes- respondió el joven antes de comer otra cucharada.
En este momento la puerta se abrió, y Caix apareció en ella con una sonrisa de oreja a oreja, y llamando a su made a grito.
-Mamá, mamá-
-¿Qué sucede Caix?- pregunta esta algo alterada.
-Júgik… yo… en el colegio- los nervios no el permitían hablar.
-Tranquilízate, y habla con calma- le pidió su madre.
-Mamá soy un militum. ¿No es maravilloso?-
La madre palideció ante la idea de perder también a su hijo pequeño, pero consciente de la ilusión que le hacía a este se sobre puso, y con una dulce sonrisa contesto.
-Claro que si mi amor, muchas felicidades.
-Serás un gran militum- añadió Júgik mientras abrazaba a Caix.
La familia sonrió mirándose a los ojos. En sus rostros se leía la gran satisfacción de estar de nuevo juntos.
-Ojala estuviera aquí papá- suspiro Caix.
Sus caras perdieron las sonrisas por unos instantes en los que pareció pararse el tiempo. La señora Tomsor se levantó y se dirigió a la ventana, perdiendo su mirada en el oscuro cielo, murmuro:
-Vuestros padre siempre fue muy valiente, y un gran militum. Si estuviera aquí estaría orgulloso de vosotros.- En sus palabras se percibía la nostalgia y la tristeza.
Ya habían pasado seis años desde la terrible muerte del cabeza de familia. El señor Tomsor, al que todos conocían por su nombre, Juber, intento rescatar a un niño que los Capitibus se llevaban, cuando uno de los monstruos le propicio un fuerte golpe en la espalda, fue un ataque cobarde y vergonzoso, el cual provoco la muerte del hombre y la tristeza d toda la aldea.
Júgik sonrío en un intento de espantar a los fantasmas del pasado, abrazo a Caix, y se sentó de nuevo a la mesa.
Mientras el pequeño de la casa cenaba, su hermano mayor relataba sus aventuras en el desierto que era ahora La Tierra Neutra.
Cuando anocheció por completo se fueron a dormir. Nagore Tomsor abrió un mueble que había junto a la puerta, automáticamente callo una cama para sus hijos, besos a ambos en la frente y se dirigió junto a la chimenea, saco de uno de los lados un colchón que coloco en el suelo, de una de la de las pareces corrió una cortina que separo la habitación en dos.
Durante la noche las preguntas de Caix se sucedieron, Júgik las constaba de buena gana.
-¿A que s dedicaban los Militum en la época de Los Emperadores? -
-Es que antes no era como ahora, Kenta me contó que los Militum fueron creados con la intención que los chicos pudieran olvidarse del campo y las labores de la aldea para centrarse en sus estudios, pero con La Caída de Los Imperios todo cambió, también nuestros objetivos. –
Cuando el sueño comenzó a invadirlos sus voces se fueron apagando, hasta que los venció por completo.

Los primeros rayos del astro rey, al que todos conocían por Señor de Falud, despertaron a Júgik de un largo y reparador sueño. Después de vestirse silenciosamente tomó un ligero desayuno y salió de casa dejando en la mesa una nota en la que le decía a su madre que debía volver con los Militum, y que dentro d poco regresaría para recoger a Caix y a los demás principiantes. La nota acababa con un dulce “os quiero”. Tras de si quedaban los recuerdos de una feliz vida junto a su familia, la cual había dejado para convertirse en guerreo, el mejor guerrero, todo porque su padre estuviera orgulloso.
El calor sofocante y la falta de humedad provocaban la sequedad de la tierra, el polvo se levantaba con cada uno de sus pasos, con una marcha lenta y la cabeza baja puso rumbo hacia el horizonte.

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